En la primera lectura del profeta, Amos, oímos la historia de su llamado a ser profeta.
El Señor lo dijo a Amós que él necesita ir al país de Judá y ser un profeta a Su pueblo Israel. Pero Amós dice que él no fue “profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador…” Amós no quiso ser profeta, el no tuvo esta habilidad o la experiencia profecía y al menos él no quiso ir al pueblo Israel, por que ellos eran un pueblo sordo a la voz del Señor y duro de corazón.
(Esto, es como yo me sentía cuando me mandaba a servir aquí como sacerdote. Yo no era más digno de Amós. Yo fui ranchero y granjero, como podría, yo, ser sacerdote y profeta. Y también que duro parecía los corozones del pueblo San Edwardo.) Sin embargo, en las palabras de Amós, podemos decir con él, que, “El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: ´Ve y profetiza a mi pueblo, Israel´.”
Todos nosotros podemos decir estas palabras del profeta Amós todos hemos sido llamados de un lugar a otro, de una manera de vida a una diferente, de un degrado de una relación con Dios a una más profunda. Esta relación más profunda es lo que describa San Pablo en la segunda lectura.
“Dios nos eligió antes de crear al mundo.” Dios determinó que por medio de Jesucristo, fuéramos sus hijos. No somos siervos o esclavos de Dios, pero somos hijos adoptados, sus hijos. Antes de crear al mundo, Él nos eligió a ser sus hijos. Algunos de nosotros, hemos sido llamados de junto al rebaño a los campos como el profeta Amós, algunos al ganado, al ranchero. Algunos hemos sido llamados de tierras diferentes, en nuevas casas y nuevos idiomas, pero lo principal es que hemos sido llamado a ser hijos de Dios. “Pues,” como dijo San Pablo, “por Cristo,” a través de nuestro hermano Jesucristo, “por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.”
“Él,” nuestro Dios, “ha prodigado sobre nosotros el tesoro de su gracia, con toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad.” Dándonos a conocer la divina vida de Dios. Dándonos a conocer nuestro propósito para ser hijos de Dios. ¿Oíste estas palabras? ¡Qué admirable este don que nuestro Señor nos ha dado! Hemos sido llamado de junto al rebaño a conocer con Él, a vivir con Él, a ser prodigado en el tesoro de su gracia, envuelto en la vida divina.
No te preocupes por tus debilidades o tus faltas. Ya, estamos en el momento presente, y Dios nos has dado nuestra fortaleza. “Con Cristo nosotros somos herederos también, nosotros,” … “para que fuéramos una alabanza continua de su gloria.”
Esta es la razón para estar allí, en esas bancas cada domingo para disfrutar la gracia, la vida divina que tenemos como hijos de Dios. — Ya, en esta tarde hemos pedido perdón de nuestros pecados y faltas cuando oramos: “¡Señor, ten piedad! ¡Cristo, ten piedad! ¡Señor, ten piedad!” — Ya, hemos dado gloria y alabanza continuamente, cuando cantamos: “¡Gloria a Dios en el cielo!” — Ya, hemos escuchado “la palabra de la verdad, el Evangelio de su salvación.” — Y pronto, después de profesar nuestro fe en el credo, vamos a ser marcados con el Espíritu Santo prometido, cuando este Espíritu descienda sobre este altar y el pan y el vino se convierta en el Cuerpo, la Sangre, el Alma, y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo.
¿Ya, están listos ustedes?
Hoy, Jesús va a llamarnos, y va a enviarnos “de dos en dos” y darnos “poder sobre los espíritus inmundos.” Va a mandar que no llevamos “nada para el camino, ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica.”
¿Ya, están listos para vivir como hijos de Dios?